
Extraño que Gregorio VIII no haya sido su nombre de pila pues fue fiel discípulo de Gregorio VII, lo primero que dijo al tomar posesión de mando fue: “… todo lo que él rechaza, yo lo rechazo, lo que él condena, yo lo condeno, lo que él amaba, yo lo abrazo, lo que él consideraba como verdadero, yo lo confirmo y apruebo”.
Durante 1095 se ofició el concilio de Piacenza donde un embajador del emperador bizantino, Alejo I Comnemo, pidió ayuda para acabar con los turcos selyúcidas; al poco tiempo Urbano II vislumbró traer de vuelta a Jerusalén y entonces auspició el concilio de Clermont para seducir a los presentes a realizar su empresa, con algunos incentivos (pequeños) como absolución de todos los pecados, riquezas y gloria; sin embargo, no pudo ver concretada su idea pues finó 2 semanas antes de dicha concretización.