
Centro de diversiones significaba para él la corte papal y así lo hizo notar desde un comienzo, jugar cartas al aire libre era una de sus predilecciones, el público que se congregaba alrededor siempre salía ganador pues cuando él vencía lanzaba puñados de monedas para que la multitud se peleara por esas migajas; a veces realizaba algún tipo de broma a los pobres sirviéndoles cubierto de miel la carroña, Barbaliso era un vetusto sacerdote que escribía versos de mal calibre y León X lo nombró poeta laureado (que irreverente) además le ofreció un desfile en su honor donde el anciano poeta avanzaba encima de un elefante que había sido obsequiado por el rey de Portugal. Grandes bailes de máscaras para sus cardenales eran preparados para que de los pasteles saliesen jóvenes desnudas, en una ocasión de fiesta Madre Mía, la puta más codiciada de Roma, preparó un espectáculo tan memorable que hasta ahora se habla de ello (que inolvidable) estos bacanales tenían como objeto documentar el libertino comportamiento del clero para que después fuesen chantajeados por su santísima excelencia (que prevenido) tras escuchar el sermón del cardenal Pietro Bembo dijo que la fábula de Cristo “ha producido ganancias para nosotros y nuestros asociados”; también patrocinó a eruditos y artistas hasta el extremo de nombrar a muchos de ellos cardenales, autor de obras pornos (que creativo) escribió varios sonetos para que acompañen los dibujos de 16 posiciones sexuales realizadas por Giuliano Romano, discípulo de Rafael. Pietro Aretino dijo: “Es difícil juzgar que deleita más a su Santidad, los méritos de los eruditos o las artimañas de los necios”, a lo mejor ambos eran de su igual gusto.
Hijos ilegítimos anduvieron por ahí, consiente de su corto tiempo de vida acelerada, quiso asegurarles un futuro y los convirtió en grandes señores o los casó con las familias más pudientes de la época, y eso que la casa Médici ya era de por sí una de las poderosas.
Entre sus grandes amores se encontraban las artes, el licor y los buenos muchachos; el mayor de todos fue su amante Alfonso Petrucci que fue nombrado cardenal de Siena, este joven escaló rápidamente en la jerarquía eclesiástica hasta encontrarse a punto de ser jerarca y finalmente dio ese paso, pasó a emponzoñar a su querido Giovanni pero fracasó y recurrió a la huida antes de ser eliminado por traición; refugiado en algún lugar de la península ibérica el embajador de España le garantizó un salvoconducto si retornaba a Roma, a penas pisó dicha ciudad fue encarcelado y se dio inicio a un proceso sistemático de torturas que originó la indignación del embajador ya que su palabra de honor había sido manchada, a lo cual el papa alegó: “No es necesario cumplir las promesas hechas a un envenenador”.
La tesorería no pudo soportar las continuas festividades, el nefasto derroche junto con la abundante inversión requerida para la construcción de la Basílica de San Pedro, emprendida por su predecesor, agotaron las arcas de la Iglesia entonces se apeló a la ayuda de ricos ateos que estuviesen dispuestos a pagar cuantiosas sumas de dinero para ser cardenales; sin embargo, esto tampoco fue suficiente así que se publicó a dos años de su entronamiento la bula Taxa camarae (hasta el día de hoy el Vaticano no ha reconocido la validez de esta bula, por obvias razones, ese reconocimiento denotaría mayor humillación ecuménica) la cual creaba las famosas indulgencias, perdón de los pecados a cambio de unas cuantas monedas; los precios oscilaban según la gravedad del pecado y además absolvían de cualquier ley gubernamental los crímenes cometidos, también libraban almas del purgatorio; literalmente la mosca compraba un pequeño terreno en el cielo. Esto causó gran indignación en las periferias de la sede pontificia y estuvo representado en la imagen de Martín Lutero.
Los distintos viajes a Roma realizados por el reformador le facilitaron visualizar que la urbe no era ninguna ciudad santa y pudo observar la conducta del papa la cual calificó como peor que la de los reyes más paganos; presenció uno de los banquetes papales donde doce mujeres desnudas servían los platos más exquisitos, consecuentemente Lutero dijo: “Si hay un infierno, Roma está construida sobre él”. En los escritos luteranos se encuentran infinidad de insultos para sus enemigos, ese hombre no se quedaba con su boca sucia callada, propinó improperios a cardenales, a judíos (les dijo de todo) e incluso al pontífice lo apodó ¡Tirano romano!
Lutero no era ningún improvisado en la materia, era un teólogo muy erudito que se dedicó al estudio e interpretación de la biblia, este gran conocimiento de las sagradas escrituras le permitió en 1517, el último día del mes de octubre, clavar en la puerta del Castillo de Wittenberg sus famosas 95 tesis que gracias al invento de otro alemán, Johannes Gutenberg, pudo difundirlas por toda Europa en menos de 2 meses; nunca antes visto en la historia, la imprenta creada en 1450 puso en las manos de suficientes monjes el bichito de la reforma; contrariamente la reacción romana fue lenta, se le consideró un simple ebrio alemán que la sobriedad lo haría entrar en razón, al no hallar retractación se le consideró un simple hereje alemán (para León X la quema de herejes era una orden divina directa) un año antes de desvanecerse en las tinieblas de la muerte León X condenó dichas tesis por medio de la bula Exsurge domine, Lutero huyó y lo único que se quemó fue la bula, al final ni la excomunión ni las amenazas de muerte triunfaron sobre el antisemita bávaro. Por otro lado la sífilis venció al mandamás romano el primer día del último mes.
Y aquí el apóstata fue Lutero y no León X.