
Mientras la población se encontraba de caza Inocencio VIII aprovechó para sobreponer el bienestar de su casa (por cierto muy numerosa, 16 eran los hijos con varias hembras) por encima de la Iglesia misma, no negó a ninguno de sus alevines pero tampoco les ofreció oficios eclesiásticos ya que prefería venderlos (su sobrino a los 13 años ya era cardenal) uno de sus hermanos pagó lo suficiente como para colocar en el clero a su hijo. Creó una indulgencia que permitía a uno tragar carne en tiempos de cuaresma, válido por un lapso de 20 años a cambio de un sustancioso reembolso monetario.
A Giovanni le fascinaba las corridas de toro y vio en la plaza de San Pedro el lugar ideal para una dosis extrema de tauromaquia, para diferir con su antecesor combatió letras y artes, y no vaciló en tolerar vicio con corrupción; llegó un momento que prohibió el congreso internacional de filosofía que era el primero en su especie y que había sido tramado por Pico della Mirándola quien estaba más que dispuesto a subvencionarlo, además condenó muchos de sus escritos cuando a penas estaba en su segundo año de Inocencio VIII.
Promotor de la Inquisición, en 1487 pondrá a Tomás de Torquemada (gracias a él, los españoles disfrutaron mucho más tiempo de las torturas que del ambiente renacentista de la época) de gran inquisidor de España, que junto con la reconquista española que concluye el año del término de su vida (antes concedió a Isabel I de Castilla y a Fernando II de Aragón el título de Católica majestad, lo que los erigió como los Reyes Católicos) fueron los grandes impulsores del fuerte vínculo que unirá al Vaticano con España.